
Las peores formas de liderazgo
Te mostramos las actitudes negativas más habituales de jefes que entienden mal el liderazgo.
Todos hemos tenido, o tendremos, un jefe que disfrace sus miserias como líder con formas de actuación dictatoriales, inflexibles y totalmente carentes de empatía. Para ese “malgestor” de equipos la única forma de comunicar sus ideas es mediante la imposición y la imposibilidad de réplica. Con él no hay turno de palabra.
Pésimos comunicadores, generadores de incertidumbre entre la plantilla, desconfiados, rígidos, con un egocentrismo muy elevado, sin visión de futuro y con un carácter de perros. Esas son algunas de las habilidades negativas que profesan este tipo de pitbulls del ámbito empresarial. Mientras menos de ellas sumen, mejor para ti. Señor, líbranos del mal, si aúnan todas. Que Dios nos pille confesados.
Suelen tener en común grandes dificultades para delegar tareas en los demás y, en ese caso, pierden tiempo en corregir pequeños detalles y se pierde la visión del proyecto. Acaban siendo invasivos, siempre pendientes de lo que estás haciendo en cada momento y revisándolo, porque si no hacen cambios, piensan que no sirven.
Son jefes también que desmotivan a sus empleados, impidiendo que sean creativos y que crezcan profesionalmente en la empresa. Es como tener al enemigo en casa. En vez de cooperar, los éxitos los hacen suyos y los fracasos los reparten entre los demás.
No muestran convicción a la hora de tomar decisiones, transmitiendo dudas y empobreciendo su imagen como líder. A veces tratan de enmascarar su falta de conocimientos poniendo negativas a todo lo propuesto, manejando a su antojo la imposición de ideas, aunque no sean las adecuadas.
El mal ambiente que generan se transmite a todos los empleados, lo que redunda en un trabajo de menor calidad. La tensión continua a la espera de reacciones desorbitadas es una pésima compañera de viaje laboral. Plantarles cara de una manera educada puede ser una opción, pero muchos de estos líderes no son conscientes del daño que provocan. Otros, lo son, y puede que tu intención de arreglar el problema se vuelva más aún en tu contra.
En la siguiente galería de imágenes te mostramos las actitudes más habituales en este tipo de jefes: las peores formas de liderazgo.

En un primer momento puede parecer que eres tú el que no te has enterado, pero con el tiempo te das cuenta de que no sabe expresar lo que tiene en su mente y lo transmite de manera errónea. Al final, siempre el que no se entera serás tú…

No son transparentes y siempre ocultan información, generando incertidumbre en el equipo de trabajo.

El mal líder no se fía del trabajo de los demás. Cuando reparte tareas lo hace porque él no puede con todo, no porque piense que tú lo vas a hacer bien. Esa desconfianza la transmite día a día poniendo pegas a todo o aportando “su toque”.

Cambios de humor repentinos, gritos, enfados, golpes al mobiliario… Son solo algunos de los ejemplos característicos de un mal jefe. Esa actuación desquiciada solo lleva a que todos los que le rodean estén en tensión y haya un mal ambiente de trabajo.

Un líder inflexible, sin empatía y con métodos fijos e innegociables es un pésimo gestor. La flexibilidad es una habilidad indispensable. No hay que olvidar que se trabaja junto a personas, no contra ellas.

El egocentrismo, el vender los éxitos como propios y repartir los fracasos entre los demás es otro ejemplo más de un mal líder.

La visión es la estrategia que permitirá encauzar los proyectos y cumplir con los objetivos. Sin ella, el recorrido está tan limitado como el futuro empresarial del jefe.

Nada le parece bien y acaba contradiciéndose. El caso es que tiene que cuestionar todo por defecto. Otra característica negativa más de un líder que debería dejar de serlo.